Hace más de dos décadas que soy periodista. Siempre estuve rodeada de palabras, ideas e información y soy una apasionada de la comunicación. De compartir, de colaborar (trabajar con) y de orientar a otras personas en la búsqueda de sus propios relatos y narrativas.
Pero no fue hasta hace 3 años que me asumí como editora de contenidos. Comprendí que eso que vengo haciendo gran parte de mi vida, tenía un nombre. Periodista es demasiado grande; comunicadora demasiado vago… editora de contenidos me va mejor. ¿Por qué?
Creo que sintetiza un saber hacer bien específico. Según el diccionario, editar significa “Preparar o dirigir la publicación de un texto, una revista o un libro, cuidando de su forma y su contenido y añadiendo en ocasiones notas o comentarios”.
Por otra parte, contenido se define como “un paquete o pieza de información que puede tener formato de imagen, video, texto o infografía”. Entonces, ser editora de contenido es tener la habilidad para tomar un determinado recurso informativo y darle forma. Este contenido puede ser generado por uno mismo o por otros: personas, grupos u organizaciones.
Si tengo que expresarlo de forma más visceral y poética, para mi editar un texto es zambullirme en la mirada y el mundo propio del autor. Comprender cómo piensa, cuál es su voz particular, su mundo simbólico, su universo de palabras.
¿Cómo dice lo que dice?, ¿habla en plural, en singular, se incluye en el relato, tiene una mirada externa, omnisciente?, ¿es formal o informal?, ¿apela a metáforas para expresarse, ¿le gusta ilustrar una idea con ejemplos?, ¿es disruptivo tu estilo?, ¿le gusta provocar?, ¿cuál es su storytelling personal?, ¿desde dónde, por qué y para qué escribe?, ¿quién es su público? Podría llenar varias páginas de preguntas pero creo que es suficiente para ilustrar mi punto. En general, este proceso de ida y vuelta, de conocimiento y autoconocimiento, es el punto de arranque para editar el texto de otra autora o autor. La materia prima es el contenido generado por el cliente y yo, humilde y pacientemente, voy colaborando para moldear, emprolijar, pulir, aclarar ese texto.
¡Por eso me enamoro! Porque paso muchas horas en un diálogo profundo con el material, porque el objetivo final es que el mensaje viaje: del autor al lector.
Yo sería un poco una mediadora del proceso…. una traductora…. casi invisible. Creo que
-cuando el trabajo está bien hecho- nadie se da cuenta de su presencia. ¡Como en cualquier otro arte! ¿O acaso alguien lee un libro y dice: “qué bien que no tiene faltas de ortografía”; "qué prolijo está el diseño”, “muy buen sonido ambiente el de la película”, “qué suerte que la iluminación de la obra de teatro fue buena”? Y sin rencores, lo expreso. Los roles de edición en cualquiera de las artes (audiovisuales, visuales, gráficas, sonoras) es una profesión "entre bambalinas". Quienes editamos disfrutamos de este espacio cuidado y sutil, poniendo la lupa e intentando lograr la mejor expresión posible de la obra en cuestión.
A veces la producción de contenidos es colaborativa. En estos casos, el desafío es aún mayor, porque se debe lograr una voz colectiva. Tal es el caso de la Mesa Editorial participativa de la revista Cultura en Grande, de la cual soy la editora. Es una publicación hecha con y para personas mayores y tiene por objetivo ampliar la agenda pública sobre las narrativas relacionadas al ser mayor y la longevidad positiva, desde una perspectiva de derechos. En un proceso de co-creación, 20 adultas y adultos mayores producen las notas de la revista, que luego son ensambladas en la revista digital, producida por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. En este proceso pasan cosas, muchos aprendizajes especialmente en relación a nuestros egos… un tema que atraviesa a cualquier productor de contenidos. Y se hacen negociaciones sobre qué y cómo contar. Amo estos espacios porque aprendo un montón, aunque el proceso a veces cueste.
En otras ocasiones, el texto es de un único autor y mi tarea es de uno a uno, acompañando la producción o editando lo ya generado, con una distancia emocional diferente para detectar fortalezas, aspectos a retrabajar en términos conceptuales o formales, descubrir patrones, estilo literario, y así lograr una versión óptima de dicho texto. Recientemente se editó, por Editorial Galerna, el primer libro de Flora Proverbio. Tuve el enorme placer de acompañar este proceso de escritura, repasando junto a ella cada uno de los aspectos que menciono en este artículo. Y creo que fue un muy buen trabajo de colaboración para su libro Triángulos Plateados (prologado por la increíble Mercedes Jones y acompañado por las imágenes de la fotógrafa silver, Eve Grynberg).
Un tercer proceso en curso es el armado de las charlas TEDEd en la ciudad de Chascomús, enmarcadas en los clubes TEDEd que se llevan adelante en escuelas y organizaciones de todo el país. Un proceso educativo, en el que se acompaña a jóvenes y adolescentes a encontrar sus ideas propias y poder comunicarlas con impacto. Aquí el trabajo es minucioso de escucha activa, para encontrar "la punta del ovillo" y empezar a tirar... y luego escribir... y luego poner en escena.
La felicidad es plena cuando, tras varias semanas de trabajo, los textos emergen y ellas/ellos los sienten y encarnan... porque los parieron.
A veces es necesario destacar estas tareas que -de tan sutiles- se vuelven invisibles. Te invito a que, la próxima vez que abras un libro o mires una película, te preguntes… ¿Cuántas mentes, corazones y manos, estarán detrás de esta pieza?
En general, muchas más de las que podrías imaginar.
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