Si algo heredé de mi papá es el interés por aprender. Por tratar de entender las cosas nuevas que se presentan y de indagar los por qués. El año pasado inicié una experiencia nueva como inversora en Azafrán Mediterráneo, en Córdoba. Aposté a esta mezcla de negocio y placer de cultivar la tierra.
Me tocó, para mi primera siembra, el lote 11. "Número sagrado", me dijeron. Buen augurio.
Pasó la primera campaña de siembra y cosecha. Mis cormos de azafrán se reprodujeron y aumentaron su calibre. Decidí seguir aprendiendo. Sobre el cuidado, el mantenimiento, la fertilización, los fungicidas. Cosecha, comercialización, . Productos derivados, gastronomía y cosmética. Todo un mundo. Me siento en aún en pañales.
Mi papá tiene 93 y mi mamá 88. Tras dos años de pandemia finalmente se animaron a volver a viajar. Armaron bolsos y se fueron a Córdoba en la camioneta. Manejando, los dos, viejos ruteros. Camino a La Cumbrecita, les llamó la atención un portal amarillo, color.... azafrán. -Será ahí, ese, el lugar donde Sole tiene sus bulbos? Y, como dije, la curiosidad es más fuerte y la duda el motor, tocaron el timbre, pidieron permiso, y entraron.
Los recibieron Federico e Ivana, generosísimos como siempre. Sorprendidos por la visita de esta añeja pareja de intrépidos curiosos. Abrieron las puertas al proyecto y saciaron las preguntas que a borbotones aparecían. Y la charla fue derivando, historias familiares, proyectos, viajes, hijos. La vida misma.
Estas vueltas que la vida propone. Estímulos que nos hacen seguir aprendiendo no importa cuál sea la edad. Y que siempre traen regalos. Reconocimiento, oportunidades, valoración. En este caso, en forma de tazón con perfume a flor.
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