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Foto del escritorSol Giannetti

RELATOS PERSONALES I

Seguramente habrás escuchado hablar del Storytelling. Es una práctica muy usada en la actualidad que permite contar historias y, a través de ellas, dejar una marca en quien las lee. El Storytelling es una potente herramienta de comunicación porque relata una historia apelando a nuestros sentidos y emociones. Y ésto hace que el mensaje sea inolvidable. Apela a la memoria emocional, esa donde todos atesoramos los recuerdos más valiosos.


Narrar tiene una gran parte intuitiva, no sale de la cabeza, sale del corazón. Por eso, para hacer que un relato sea realmente auténtico, es necesario conocernos a nosotros mismos y conectar con el propio deseo. Desde allí, se estructurará la narración.


Sin darnos cuenta, al escuchar una buena historia, generamos atención proyectiva. Quiere decir que durante el tiempo que dura el relato nos identificamos con el personaje y nos proyectamos en él. Literalmente no paramos de preguntarnos ¿qué haría yo en su lugar?


Me gusta contar relatos sobre personajes que descubro cuando viajo porque hablan del lugar, de la cultura y de la visión del mundo desde ese pedacito de Tierra. De pequeños conflictos, preguntas existenciales y de las otras. De las simples, las de todos los días. Ese es uno de mis motores para narrar.

Podría armar un mapa de la Argentina a través de relatos de viaje. Un excelente narrador en este sentido es Leandro Vesco, quien desde hace varios años esta redescubriendo los lugares más recónditos, silenciosos e inspiradores de la provincia de Buenos Aires.



Te invito a hacer zoom en el mapa y conocer Dolores, cerquita de Capilla del Monte, y a uno de sus vecinos entrañables.


No es el Dolores cercano a mi ciudad, Chascomús. Ese Dolores de algún relato anterior, el de las aguas termales y el que embandera como identidad ser el primer pueblo pampeano. Este otro Dolores huele a yuyos serranos, a río fresco y flores amarillas. Porque en Córdoba el amarillo es un color con olor. Se mezcla entre los espinillos, poleos y jarillas.


Cuando permaneces en un lugar podes darte estos pequeños lujos. De “gastar” un día completo de vacaciones sólo en perderte en bajadas anónimas de la ruta, huellas que muy adrede los vecinos no revelan al turista. Y así llegué a vos, despacito, pendiente abajo, sabiéndote ahí junto al río. Como otras tantas veces mi hijo Manu se pone un poco ansioso porque siente que estamos perdidos. No entiende que, aunque no sepa yo exactamente el rumbo, se hacia dónde vamos. Y hablo en el sentido estrictamente geográfico y cardinal pero también en el menos geográficamente demostrable. Ese sentido que ocupa un lugar enorme en el estómago, que no se ve pero se activa y funciona mejor que cualquier brújula.




¿Ese vado cruza sólo a propiedades privadas?, le pregunto a un señor que junto a un puente intenta reunir algunos caballos dispersos. Mezcla de vaqueano y campesino, pienso, será vecino de por aquí. Como otras tantas veces, resulta que sí y que no al mismo tiempo. Se llama Antonio, su papá le dejó una casa junto al río, en realidad vive en Córdoba capital pero se vino durante la pandemia. En realidad es abogado, da clases en la Universidad Nacional de Córdoba y ahora lo hace por zoom los días viernes. Me trata de usted, me da la mano, una mano rasposa y cálida que no puedo visualizar tecleando en una computadora. Me sonríe y pregunta mi nombre. Definitivamente me cuesta imaginar ese rostro enrojecido y desdentado, en un cuadradito del zoom.


¿De verdad sos vos? ¿Qué parte sos? ¿Las dos partes sos? ¿Vaqueano-abogado, gentilhombre-humildísimo? Te pregunto por terrenos y enseguida me contás que justo, justo, estás pensando en lotear. Y que justo, justo, al día siguiente tenés que ir para Capilla del Monte a buscar tu auto al taller. Me pedís el teléfono. Tan simple y directo, lográs que yo, viajera, madre y exploradora de ríos, te lo dé. Y nos despedimos con recomendaciones imperdibles. Todo en 5 cuadras a la redonda: las pircas de piedra, al antiquísimo molino, el monasterio, una casa que visitó Carlos Gardel y la mejor cervecería artesanal del Valle de Punilla.


Siempre en el filo del viaje se revelan estos rincones entrañables de construcciones y gentes. Te invito a conocer más sobre este paraje escondido que se llama Dolores.


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