El taller Porvenires, relatos 50+ nos trajo un montón de regalos. Narraciones entrañables y comprometidas de las participantes. Pedacitos de historias, vivencias sentidas, emociones emergentes. Les comparto aquí el relato competo de Laura Gubbay. Y no cuento mucho más...
Miro la caja que acababa de llegar, es de la editorial, estoy ansiosa. Despacio abro la tapa y entorno los ojos, saco un libro, siento el aroma a hojas nuevas. Es el borrador final de mi libro, miro la tapa ¡y ahí está Antonia! Me emociono, leo el nombre de la autora y siento galopar mi corazón.
Siempre soñé en escribir cuentos para niños y adolescentes que entretengan y a la vez les enseñen a descubrir el mundo que los rodea. Vuelvo a mirar el libro que saqué de la caja, posa en mis manos como si fuera un tesoro, y mis recuerdos vuelven, afloran.
Cuando Lucia, la mayor de mis nietos, cumplió seis –ya tiene trece–, le regalé un cuento de mi autoría “Una charla entre abuelas¨: una abuela humana, yo misma, había viajado a la Antártida para charlar con una abuela pingüina que le relataba la vida de esos gigantes que viven en la Antártida. Ese fue mi comienzo en el camino de la escritura. A partir de ese momento, cuando mis nietos cumplían años, tengo nueve, les regalaba un cuento que yo imaginaba. Pero… me daba cuenta que a mis pequeños mis relatos no los cautivaban. Un día, fui a ver a una profesora de escritura y le llevé toda mi “obra”, para averiguar cuál era el problema de esa falta de interés.
Después de leerlos me citó, y delicadamente me dijo que me faltaba muchooooo para ser una escritora y si quería serlo, debía comenzar a trabajar en el tema, es decir tomar clases, estudiar y habló de otras cosas que ya no recuerdo. Pero… yo ya tenía mucho trabajo: esposa, madre, abuela, microbióloga y maratonista. Definitivamente no podía incorporar nada nuevo. Me sentí decepcionada y no escribí más y… mi sueño quedó dormido en algún rincón de mi mente.
Unos días antes de cumplir sesenta y cinco años, me puse a hacer un rompecabezas de mi vida, y ahí supe que tenía algo pendiente.
Pero… una pregunta me daba vuelta ¿se puede uno reinventar a los sesenta y cinco? Enseguida tuve la respuesta: Y… ¿por qué no? Sin embargo algo me limitaba, necesitaba tiempo que no disponía. Entonces observé ese rompecabezas y… cambié una de las piezas por otra que diseñé en el momento: el de microbióloga por escritora. Al ver a la microbiología sola, a un costado, me entristecí, pero sabía que ¡algo tenía que soltar! Y rápidamente decidí que“ese” sería el cambio. Fue raro porque no me generó un gran conflicto sumergirme en algo incierto, dejando aquello que fluía casi sin esfuerzo. Pero ahí estaban palpitando las ganas de concretar un sueño.
Despedí entonces a las bacterias, esos seres pequeñitos y tan poderosos que tanto conocía, y comencé a tomar clase de escritura creativa con aquella profesora que había visitado años atrás.
Eso fue en enero 2020. En marzo llegó la pandemia y me metí completamente en la escritura. Tomaba clases varias veces por semana, leía mucho, y cada vez me enamoraba más plasmar aquello que sentía. Y así, trabajando, fui creciendo. En 2021 me presenté en un concurso de microrrelatos y obtuve el primer premio, y en 2022 publiqué mi primer libro de relatos para adultos: “Todo está por hacerse”. Durante esos años algunos de mis cuentos formaron parte de distintas antologías. Fueron varios los logros, pero faltaba el gran desafío: escribir cuentos para niños y adolescentes. Después de muchas idas y venidas, me embarqué en el nuevo proyecto: cuentos ficcionados que enseñen. Tenía que buscar un personaje central y pensé en una jovencita de nombre Antonia, ya que no conocía a nadie que se llamara así y quería diseñarla con mi imaginación. Antonia debía ser un personaje parecido a los lectores.
Al comienzo hice un viaje al pasado, espié los últimos años de mi niñez y los primeros de mi adolescencia, me adentré en mis recuerdos. Necesitaba saber qué le pasaba a mi yo preadolescente, pero en aquellos años… ¡todo era tan diferente! Algunos no tenían teléfono, y si había uno, quedaba en la casa y era para toda la familia; escribíamos cartas y no whatsapp; no existían las computadoras; no había redes sociales ni mil canales de televisión: la televisión era en blanco y negro y solo veíamos cuatro canales y los dibujitos… eran en inglés sin subtítulos; había tranvía y troles bus; las bici sendas y los metro bus no existían; y… ¡pagábamos todo al contado! No había tarjetas de créditos ni Mercado pago.
Me di cuenta que Antonia no podía vivir en el siglo XX, no la entenderían. ¡Tenía que ser una preadolescente del siglo XXI!
Necesitaba que alguien me ayudara entender el mundo de hoy. Entonces pensé en recurrir a mis nietas.
Las de diez, once, doce y trece años, y les pedí que me contaran sobre su vida diaria, cómo se relacionan con sus afectos y con la tecnología. Me escucharon y se pusieron al hombro la tarea de enseñarle a su abuela cómo ellas pensaban. Y así se fue moldeando Antonia. No fue fácil, me resultaba muy difícil saber qué palabras usar en los diálogos, cómo respondería Antonia a lo que le iba sucediendo en cada historia, qué sentía cuando estaba con sus amigos; qué le interesaba. Para ello me comunicaba cada dos por tres con mis consejeras y ellas me ayudaban a salir de esos momentos de tanto desconcierto.
Los meses iban transcurriendo. Estudiaba cada tema, escribía y borraba y volvía a escribir. El trabajo era arduo e intenso, pero cada vez me identificaba más con ese mundo mágico, hasta que en un momento llegué a tener tal comunicación con Antonia que cuando escribía sentía que no lo hacía yo sino ella. Fue entonces que comprendí también, cómo Antonia me acercó a mis nietas y me generó un hermoso e intenso canal de comunicación. En un mundo tan exigente a veces no encontramos el momento para acercarnos a nuestros nietos cuando dejan de ser niños y se vuelven independientes.
Miro el libro que posa en mis manos: “Historias de Antonia” Lo hojeo, leo al azar alguna de esas historias: la primera, la quinta, la décima y… una sonrisa se dibuja en mi rostro, la felicidad me habita.
“Todo está por hacerse…”, ese es el título de mi primer libro y a la vez es algo que incorporé y me lleva a nuevos desafíos.
Comentários