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Foto del escritorSol Giannetti

Telones de fondo de nuestros relatos de infancia

Creemos que los recuerdos se graban automáticamente en nuestra memoria, por el simple hecho de haber sucedido. Sin embargo, esto no es así.


Los recuerdos son asociativos: “recordamos una anécdota, una canción o una historia no como una cápsula aislada sino por cómo nos relacionamos con ella”, dice el neurocientista Mariano Sigman. Dónde la escuchamos, cómo olía ese ambiente, con quiénes estábamos, qué sonaba en la radio en el momento. Y porque los recuerdos son en realidad un manojo de sensaciones, emociones y acciones, es que es tan intenso, espontáneo e inmanejable lo que produce en nuestro ánimo, cada vez que los evocamos.


Evocar, revivir, releer. La obra teatral Piticó, en la cual actúa mi hermana Paula, es un viaje para revisitar las infancias, en este caso a través de las series televisivas que nos acompañaron en nuestros primeros años. Porque ellas fueron parte del escenario en el que nos criamos, nos vinculamos, nos hicimos “grandes”. Para salir a jugar a la vereda, para prepararnos solitas la primera merienda, para cruzar sin una persona adulta la calle a la casa del vecino de enfrente. Para vender sobre una mesita improvisada plantas, pulseritas de macramé o nueces. 


Como punta de un ovillo, podemos tirar de ellas y remontarnos a toda una época. La música de inicio de La Familia Ingalls, la cortina musical de Heidi -que incluso se vendía en disco single de pasta- el lejano oeste de Bonanza, tan masculinos y rústicamente perfectos.

Pero no son ellos los protagonistas, sino simples conductores del recuerdo. Recordare, volver a pasar por el corazón. ¿Qué late en nuestros corazones cuando volvemos a escuchar esas melodías, con el sonido particular -lluvioso- de la televisión de la época o del tocadiscos? Se mezclan las exclamaciones de Charles, Heidi, Clarita, los Cartwright, la señora Olson, con el olor a guiso de la cena, el crepitar del hogar en invierno, las disputas con hermanos por algún juguete, la pregunta de las siete de la tarde -¿pero ya terminaste los deberes para mañana, no? antes de encender canal 9 o acomodar la antena para captar canal 7. 


No es solo recordar y revivir. Volver a sentir, sufrir y alegrarnos cada vez que Pedro el pastor corría por las praderas o Laura -la de las trenzas largas- encontraba “el oro de los tontos” y soñaba con salir de la pobreza. Es revisitar para releer y reinterpretar-nos. Ese es el juego propuesto por Piticó, en un entramado sutil de relatos propios y guiones (¡reales!) actuados por sus protagonistas. Los fragmentos elegidos son puentes a remembranzas personales. ¿Dónde, con quiénes, a qué hora y en qué lugar de la casa compartíamos aquellos rituales televisivos? 



Hoy miramos a esas niñas que fuimos y las acariciamos con ternura. Por la inocencia, por la aceptación de esa realidad que se presentaba tan limpia de complejidades. Los buenos, los malos, los pobres, los ricos, los santos. El rol de la mujer, la autoridad masculina, el éxito, el progreso. Lo bello de la propuesta de Piticó es esa conversación entre las adultas de hoy con las niñas de ayer. Es esa invitación a hacernos eco de los mensajes, actualizarlos y problematizarlos sin, en ningún momento, empañar lo entrañable de aquellas vivencias. Aprovechando la oportunidad para deslizar un monólogo y subrayar el lugar de la mujer o los estereotipos de la belleza. 


El despertar al amor y la sexualidad, esas primeras indagaciones sobre el cuerpo propio y el ajeno, en el patio, arriba de un árbol, en el rincón más oscuro de la casa. Instantáneas que quedan grabadas en nuestra memoria y que permiten al espectador un viaje personal a la propia infancia.

Así funciona el storytelling, el relato emocional que filtrado por los olores, las imágenes, las texturas y los sabores, nos permite empatizar y preguntarnos (es inevitable hacerlo, aún cuando no nos lo propongamos).

¿Qué hacía yo en esa época?, ¿quién fue mi primer amor?, ¿qué series miraba?, ¿quién era mi mejor amiga?, ¿dónde fue aquel beso?, ¿qué día perdí la inocencia?, ¿cuándo descubrí que los Reyes Magos eran los padres?


Piticó tiene final abierto. Es una puerta para salir a jugar. Podría ser una obra infinita, para siempre, un loop de relatos dentro de cada hogar, en cada familia, en torno a cada mesa de domingo, comentando -entre ravioles con tuco o asado- el último capítulo de la serie favorita.



¡¡No te la pierdas!!

Dirección: Sergio Falcón

Actúan: Paula Giannetti, Graciela González y Mariana Pérez.

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